Al analizar por qué nos está cayendo mucho más el cabello o ha salido una placa de pelada o ha aparecido una dermatitis, nos damos cuenta de que algo ha cambiado. Por ejemplo, estamos sufriendo más estrés y pasamos por un momento más agitado de nuestra vida o hemos realizado algún cambio de hábitos, o nos sentimos de una determinada manera, y hasta que estamos agotados física y mentalmente. Nuestras emociones, cómo nos sentimos, pueden afectar mucho a nuestro cabello.
Dentro de toda nuestra maquinaria física, el cabello es una de las partes que el cuerpo cree menos imprescindible, por tanto, considera que el cabello no es indispensable para nuestra supervivencia. Como consecuencia, deja de enviar señales a las células de nuestros folículos pilosos (raíz del cabello), le retira vitaminas, nutrientes, oxígeno y todo lo necesario que recibe normalmente a través del riego sanguíneo. Ahora lo envía a otras partes donde lo considera más necesario, mientras el cabello se va debilitando y cae con más frecuencia sin fuerza para reponerse.
En otras palabras, si nuestro cuerpo requiere en un momento dado de un refuerzo de vitaminas o necesita optimizar energía debido a que nuestro sistema hormonal se ve invadido por la cada día más conocida hormona del estrés, el Cortisol, nuestro cuerpo tiene claro a quién va a dejar de lado: al cabello.